A finales de julio, después de haberme provocado un estallido de emociones, me sorprendí una tarde cuando fui a echar mi siesta y en el tejado de la casa vecina, se posaron dos pájaros. Por un momento les escuché cantar de una manera que no había oído en mi vida. Me di cuenta con los ojos cerrados y me incorporé sorprendida. ¿De dónde salían aquellos dos mensajeros que se posaban cerca de mi ventana y me hablaban? Me di cuenta de ello y todo lo demás dejó de existir durante ese instante. El canto era hermoso, melodioso, bello, reparador y comencé a percibir el aire que movía las hojas, el azul del cielo replandeciente, el movimiento del sol y la tierra, la bienvenida a la luna, el rumor del agua en la fuente y por encima de todo la paz. Fue la tarde del día en que volví a nacer.
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