Dejamos la autocaravana en el parquin del Tronchetto, pronunciado Tronqueto, y a partir de ahí iniciamos a pata la visita a la ciudad. Atravesamos el puente de la estación de tren y nos dejamos absorber por las callejuelas que rodeaban el canal. Lo primero de todo, probar los helados italianos, con la fama que les precede. Una delicia, quizás mucho más bueno por la magia que desprende la ciudad.


Cómo pasear es barato, y es el consuelo de los turistas que cargan con la familia a todos lados, nos recorrimos toda la ciudad hasta la Piazza de San Marco a patita, disfrutando de las callejuelas, todavía no repletas del gentío de los días festivos, y mirando de vez en cuando al canal, por donde pasaban los gondolieri con sus barcas de turistas. Ya no cantan Oh Sole mio, si es que alguna vez lo hicieron, pero provoca una gran envidia el verles manejarse por el canal a su antojo, recorrer los recovecos de la ciudad, empaparse de su soledad y su tristeza, porque a veces Venecia es triste, o será el síndrome de Stendhal que ya comienza a surgir su efecto en mi animo.


Hola Charo, muy bonito pero quiero mas.
ResponderEliminarObdulia