Después del veranito, la piscina, las siestas, la playa, las colas y los tapujos, por fin he vuelto a la facultad. ¡Por fin!
Qué delicia, volver a las clases, a ver a los amigos, a los profes del año pasado que no tendrás que sufrir en este, a los nuevos que no sabes por donde te van a salir, a madrugar y a llegar a la noche con la lengua fuera. ¡Qué delicia!
Y es que soy masoquista, odio el verano y me encanta la universidad. ¿Qué grado de locura me corresponde? Yo creo que uno bien alto. me ha pasado desde pequeña, me gusta sentarme en un pupitre y escuchar. Hay que decir que a veces es un coñazo, como algunas cosas de esta vida, pero las que son agradables hacen olvidar las otras.
A mi me gustaba el olor de las pizarras, de los lápices, de los libros y de las tizas. Hoy en día se ha sustituido la pizarra por cañones e proyección y los lápices y libros por power points que te puedes descargar en tu casita del campus virtual. Aún así, allí estoy yo, con cara de pánfila esperando algo que ni yo misma sé.
y mientras tanto, el mundo sigue girando. Dicen que a Bush le han negado las pelas para ayudar a los bancos, que la duquesa de alba se quiere casar y que la crisis ya pasa de los dos millones y medio de parados. Pero, yo no tengo tiempo de eso. Parece mentira que se pueda vivir al margen en medio de todo el merdé que se está montando.
Y todavía no sé que coñ... es el plan de Bolonia.
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