
Recuerdo que me encontraba muy mal, me dolía la garganta, la cabeza, los oídos, no sé, un gripazo de aquellos de aúpa. Mi madre, como toda buena madre, me llevó al médico de cabecera. Por aquel entonces vivía en Badalona y me correspondía el médico del ambulatorio de Juan Valera, no voy a decir su nombre porque era el médico más archiconocido de todo el barrio de Llefià. Era uno de aquellos médicos que llegaba a las 12 y 20 cuando su hora de visita eran las 12, tenía como 50 pacientes por visitar y acababa puntual a las 13 horas. Podéis imaginar como eran sus consultas, ¡ah! se me olvidaba, siempre recetaba Frenadol, tuvieras lo que tuvieras. Mi hermano Ginés y yo le hicimos una canción y todo con el recochineo del Frenadol. Pues bien, mientras esperabamos a que nos tocara la gente hablaba con mi madre de la mal cara que hacía, y por fin nos llegó el turno. Cuando aquel animal me preguntó que me pasaba, a mí me dió por llorar, no sé por qué, y él que nunca levantaba los ojos del recetario de medicinas por una vez los levantó y me miró con esa mirada asesina. Entonces me empezó a gritar como un poseso, que qué me creía yo, que como se me ocurría llorar por un simple resfriado, que si ahora lloraba por eso qué haría el día que tuviese que parir, y yo que sé cuantas más cosas. La verdad es que mi madre y yo salimos de la consulta con el rabo entre las piernas, com se dice comúnmente, porque el respeto por el médico era sagrado y su palabra iba a misa. Jamás se le podía replicar. Y recuerdo que mi madre aún le defendía, la pobre. Decía que ese hombre no podía ni ver a la gente joven por que tenía un hijo drogadicto. Y yo nunca entendí que tenía eso que ver.
El caso es que ahora me pasa a mi, veo a un médico y se me ponen los pelos como escarpias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hola, te contestaré en cuanto pueda.
Recuerda que no está permitido insultar ni menospreciar a nadie en los comentarios por lo que serán revisados antes de publicarse.