LA EXCELENCIA ESTÁ EN LOS HOGARES (SEGUNDA PARTE)

Fue en la siguiente generación cuando los padres entraron en los colegios. No como los Hunos, pero casi. Esto que debería ser una buena cosa, se convirtió poco a poco en la pesadilla de todos los docentes. 

De todos es sabido que cada niño y/ niña son los reyes/reinas, principes/princesas de sus casas. En esto estaremos de acuerdo y lo más acertado es que lo sean. En su casa serán los mejores estudiantes i estudiantas, los más guapos y guapas, los mejores en todo, la niña y el niño de los ojos de su padre y de su madre. Es la primera inyección de auotestima que todo ser llegado a la tierra recibe.

Pero no nos engañemos, el ingreso en el colectivo es otro. En la primera sociedad en que viven, el colegio, ya no serán el más guapo ni el más aplicado (buf,  utilizo el masculino sólo para que esto no se convierta en uno de esos interminables discursos de un político).

En el colegio será el que lleva gafas (nosotros les llamabamos gafotas), el entradito en quilos (en mi época eran gordos), el del pelo de color naranja (es decir, el pelirrojo) y así hasta acabar los calificativos. Y eso no es ni malo ni bueno, es simplemente lo que marca la diferencia con los demás compañeros.

El problema está cuando, al salir del colegio, el niño le dice a sus padres:

- En el colegio me han llamado gordo.

Los padres se miran angustiados y lo primero que hacen es llamar al psicólogo, para que esto no le cree un trauma irreparable de por vida. Al día siguiente, se personarán en el colegio y querrán saber el nombre, apellidos y dirección de quien sea que ha insultado a su hijo. Ojo, son los padres los que hablan  de insulto, ser gordito no es ninguna cosa de la que avergonzarse porque los hay en todos los estamentos sociales. Para niños de parvulario no existen los insultos hasta que los oyen de labios de sus padres. Y es que quieren que sus hijos sean en el colegio lo mismo que en casa, los reyes. Y eso, de verdad, es imposible.



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