AQUEL 11 DE MARZO



Aquel jueves 11 de marzo me levanté como cada día para llevar a mis hijos al colegio. Como cada día me subí al coche y puse la radio. Joan Barril  y  todo su equipo me acompañaba durante el trayecto y ya al llegar a casa, el resto de la mañana. Hacia las ocho interrumpió el programa para decir que se había escuchado una detonación en Madrid, allá por la parada de tren del Pozo del Tío Raimundo y que las primeras fuentes apuntaban a que había al menos una persona muerta. 

Al llegar a casa llamé a una de mis hermanas que vivían en Madrid, sabía que los jueves ella cogía aquella línea para ir a trabajar y me preocupé. Hablé con mi cuñado y me dijo que ellos no habían escuchado nada, mi hermana me corroboró que no sabían el que había pasado pero me dijo algo que me estremeció, una explosión en esa línea de tren y a esa hora podría acarrear muchas muertes. Era la hora en que la gente iba a trabajar.

Después la televisión empezó a mostrar toda la crudeza de lo que había pasado, empezaron a decir diez, treinta, sesenta, cien personas muertas y no tardaron mucho en mostrar las imágenes de alguna persona retorciéndose entre los trenes destrozados. Otros que habían podido salir de las estaciones se sentaban en las aceras, conmocionados, sangrando y con los ojos ausentes de tanto horror.

Nadie podía salir del shock de aquellas imágenes, no podía ser. Empezaron a culpar a cierta banda terrorista, pero otros decían que no podía ser. Esa banda terrorista siempre avisaba cuando iba a hacer algún atentado. Nadie sabía nada, todos llorábamos ante la televisión. A las doce se hizo una concentración delante de todos los ayuntamientos y yo fui a dar mi apoyo. Todas nuestras caras reflejaban la incertidumbre ante la pregunta: ¿Qué monstruo puede hacer algo así?

Y después, cuando ya se iba confirmando el número de muertos y heridos toco emprender el número de teatro de los políticos. Ruedas de prensa, acusaciones falsas, pruebas falsas, noticias falsas, todo por no querer perder unas elecciones que se celebrarían tres días después. Grandes manifestaciones en todo el país exigiendo la verdad, nos han matado a todos y queremos un culpable.

Y como siempre, el teatro mediático hizo su agosto a costa de las vidas humanas que se quedaron en aquellos vagones cuando iban a trabajar. Los políticos se desconcertaban y se acusaban unos a otros, bueno, como hacen siempre. Misa de estado (¿para qué?) funeral por las víctimas (¿para qué?), los reyes presidiéndolo todo (¿para qué?) y los políticos intocables pesando en su reelección.

Y todo esto se podría haber evitado (puede que sí, puede que no) si un enano con bigote hubiese escuchado a los millones de personas que nos desgañitamos gritando NO A LA GUERRA. Pero ellos no escuchan, ellos llevan la guerra donde van y montan sus caballos apocalípticos cuando se dirigen hacia la sede del IBEX 35.

Mientras tanto, la gente sigue muriendo, en Siria, en Afganistan, en Iraq, en las costas del mar Egeo (¡ay! Egeo, tu pena fue tan grande cuando creíste que las naves que volvían de Creta traían infaustas noticias y te lanzaste a tu mar para llorar tu dolor eternamente) y los políticos se reúnen y no acuerdan nada, sólo la fecha de la próxima reunión. Nunca el mundo estuvo tan perdido.

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