Hay días que me puede el desanimo, sin saber porqué. Pueden ser problemas hormonales (que de eso las mujeres sabemos y experimentamos mucho). Siento como una culebrilla va recorriendo mis intestinos, crispa las terminaciones nerviosas de mi piel, me bloquea la mente, me impide pensar y consecuentemente actuar. Son días sin sentido, donde no sé pa donde tirar. Me gustaría estar en otro lado, en otra época. Casi siento el olor de otros lugares, mi cabeza comienza a dar vueltas sin parar, y es mi cuerpo no puede seguirla.
Siempre me sentí como un bicho raro rodeada de personas que vivían una vida normal y feliz. Yo jamás conseguiría esa paz. Soy demasiado inquieta, demasiado rebelde, demasiado indispuesta. Si alguien me dice que no puedo hacer una cosa, me da tanta rabia que no paro hasta que casi lo consigo, y digo casi puesto que nunca estoy contenta con los resultados. Y entonces quiero más.
Siempre pensé que no llegaría a ningún lado, que todo es demasiado fácil para que yo sienta interés, que la vida no deja de ser el juego de tres viejas que tejen, vigilan y cortan cuando les viene en gana o cuando creen que el hilo es demasiado largo. Ariadna debió pensarlo antes de darle aquel a Teseo. Los hilos se acaban cortando tarde o temprano. El problema es ser lo suficientemente fuerte para saber admitirlo.
Ella se quedó sola en Naxos, mientras él continuó su viaje de velas negras y en la tierra yerma esperamos los que observamos desde lejos. Las noches tienen esa manía de llamar al silencio y a la soledad. Y al frío.
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