Somewhere what a wonderful world

Llovía, de aquella manera que los campos se alegran de recibir cada gota. Vaya mes de julio que llevamos. Por la mañana vemos tímidamente el sol y por la tarde se nubla, se vuelve angustiosa por el calor y la humedad. Pero con la lluvia de esta tarde, hemos conseguido un respiro, una bocanada fresca.

Al enfilar la recta de la carretera con el coche, se me reveló la cosa más bonita que había visto en mucho tiempo. Me descubrí a mí misma con un “Ooooh” de pura emoción. Delante de mí se había desplegado un arco iris de una belleza infinita. Era un semicírculo que se extendía de montaña a montaña y yo estaba justo en medio. Los colores eran tan radiantes que parecía una acuarela. Destacaba el lila, como por ensalmo, el rojo, el azul, el amarillo… Las gotas de lluvia habían construido un paisaje de ensueño. Y yo fui espectadora ocasional de su confabulación.

En la antigüedad se consideraba esto como un buen auspicio, en el que todo va a cambiar para mejor. Quiero creerlo así, porque la ilusión es la mejor manera de mantener el buen humor y esa brizna de salud a la que me aferro como a una tabla de salvación. Es así que cada noche me digo a mí misma, que el día siquiente será mucho mejor que el pasado. Y lo creo. Cada nuevo día es una experiencia parta dar gracias a alguien de que aún estamos aquí dando guerra, y lo que te rondaré morena. El arcoiris, una paloma completamente blanca, una nube extraña, un cielo límpido, la sonrisa de una gato, la complicidad del canto de los pájaros, todo ello es mi universo particular, que descubro de vez en cuando guiñándome un ojo.

Y nunca llevo una cámara de fotos cuando hace falta.