Noche de Reyes Magos


Soñé que estaba en un tren que corría mucho. Un tren, si en mi vida había subido a un coche. Era de noche y las sombras se alargaban y desaparecían entre campos y túneles demasiado oscuros. Dormitaba y me despertaba con aquel traqueteo incómodo. Había mucha gente a mi alrededor pero ni siquiera sabía quiénes eran. Salía al pasillo desde el compartimento donde estaba y había mucha más gente por todas partes, mirando por las ventanas, dormitando en el suelo, con ropas muy pobres y abrazando maletas de cartón. Fue una noche muy larga y el día también. Porque estuve en aquel tren toda la noche y todo el día. Aburrida, nerviosa, aterrada de miedo. Vi el mar, a través de mi sueño. El mar del marinero que buscaba su amor de puerto en puerto. Y el azul no era azul, era gris, demasiado gris para inspirar ilusión. Blancas rachas de espuma se rompían dentro. No me gustó aquel mar y todo el mundo salía a las ventanas y gritaban y reían:

            — El mar, es el mar…

Cuando volvió la noche el tren entró en una ciudad grande y muy gris. Había humo, ruido, gritos, luces cegadoras, demasiado ruido. Y llegó a un lugar donde se detuvo y cuando bajé de él había diez, veinte, treinta trenes como el que yo abandonaba y de ellos salía la misma gente, pobre, con maletas de cartón, con rostros cabizbajos y hambrientos. Había mucho humo producido por la condensación de la humedad y hacía mucho frío.

            De allí pasé a otro tren, más pequeño pero con la misma gente y de él a un autobús y del autobús a un edificio donde olía a coliflor hervida y lejía. Sentí nauseas y muchas ganas de despertar. Aquel mundo no era el mío. Nunca lo sería porque me habían arrancado de mi lugar, de mis gatos y de mis libros y del aire de la pineda, del olor del tomillo y romero. Los árboles eran casas de pisos que subían hasta el cielo, y el cielo no se veía, ni las estrellas, ni la esperanza.

            Era la noche de Reyes Magos y en mi sueño, en vez de recibir regalos me despojaban de todo lo que había conseguido por mí misma, de lo que me hacía feliz. Sacar un gato del lugar donde ha nacido y ha crecido es matarlo poco a poco. Yo me sentí morir ese día. Suerte que solo fue un sueño y cuando me desperté juré no dormir nunca más. Odiaba las serpientes y odiaba los lugares donde la gente se hacinaba pensando que esa era la mejor manera de vivir. Tener un piso, un coche, muchos muebles, unas vacaciones en la playa, una televisión. Cambiar todo eso por un día bañada de campo, brisa y cielo era la mejor manera de perder la noción de lo que significa vivir.

 Charo Bolívar
De mi última novela Todo lo que se lo aprendí de los gatos.

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