LOS LIBROS



Tengo en mi casa pilas y pilas de libros, algunos me los regalan, otros los compro y otros, no sé ni como han llegado. Pero aquí están, son de todas las clases, formas y colores, algunos los he leído, otros los voy leyendo y otros esperan la oportunidad de que mi memoria haga su trabajo. A veces los toco, sólo por palpar la tapa o sentir en mis dedos las letras. De vez en cuando los abro y los huelo, y parece como si cada uno tuviese un olor diferente, y hay momentos en que me los acerco al pecho, sobre el corazón y mis latidos se unen a los suyos. Los escucho, sí, alguna noche de lluvia y frío como me llaman, con palabras dulces de miel y ambrosía. Son mis amigos, los más queridos, los más deseados

Mi batalla, desde que mi hijo aprendió a leer, era la de saber transmitirle todos mis sentidos, pero ha sido algo inútil. Cuando me reunía con sus profesores siempre les preguntaba por qué los niños y niñas no tenían más lecturas obligatorias en el colegio. La respuesta siempre fue que no se puede obligar a leer. Pero yo no entiendo, si se obliga a aprender matemáticas o física o historia – y a veces eso funciona- como es que no se puede obligar a leer. Si no hubiese sido por mis profesores y sus lecturas obligatorias yo nunca me hubiese acercado al mundo mágico de las letras.

Otra de mis quejas contra el sistema de la enseñanza me llegó el día que vi como mi hijo subrayaba un libro. ¡Por todos los dioses! Tremenda herejía, eso era para mí como clavar un puñal en la carne. Pero cuando le reprendí su respuesta era que en el colegio les dejaban hacerlo, por lo que mi autoridad en este caso quedó supeditada a lo que algún profesor le permitía. Según mi manera de pensar, no puede desautorizar a un profesor por que lograría que se le perdiera el respeto, por eso me callé y dejé que una y otra vez se clavaran dardos en las palabras. Al preguntarle a una docente, me dijo que los libros había que trabajarlos y para eso era necesario marcarlos. Aunque yo sigo pensando que el alma de un libro, el corazón y la entrañas sienten igual que nosotros cuando algo o alguien le hiere con la fina punta de un lapicero, cual daga asesina.

En casa de mis padres no hubo libros hasta que mis hermanas mayores fueron abriéndoles las puertas. Una vez, alguien me regaló una recopilación de cuentos de los Hermanos Grimm, y le releí tantas veces que quedaron sin letras ni dibujos. Me los quedé para mí, guardaditos en alguna parte. Después una caja de ahorros los regalaba para el día de Sant Jordi. Entonces, una gama de colores llenaba mis ojos. Eran libros en catalán y aunque yo no los entendía, los miraba embelesada por la magia que desprendían. Todo mi afan era aprender aquella lengua para comprender qué me querían decir.

Hoy en día, desde la perspectiva que me dan los años, pienso que un libro es el mejor amigo de viajes, porque con él puedes llegar hasta el planeta más insospechado, a la profundidad del mar o al fondo de la selva. y para entender este mundo de locos, un libro es un buen compañero



Cita He buscado el sosiego en todas partes, y sólo lo he encontrado sentado en un rincón apartado, con un libro en las manos

Thomas de Kempis (1380-1471) Teólogo alemán

1 comentario:

  1. Querida Charo, me recuerdas a mí, jeje. Yo vivo envuelta en libros. Me digo... ya no voy a comprar más, pero luego me acerco a la FNAC y no puedo salir sin alguno. Además, ahora sólo leo en francés, y me he vuelto una lectora compulsiva -más aún, si cabe- de libros franceses.
    Yo tuve libros en casa desde mi adolescencia. Recuerdo que, al no haber biblioteca en los pueblecitos por donde andaba, yo los compraba o los pedía por correo. Supongo que los libros han sido mis amigos más fieles, yo, que tantos amigos he tenido que dejar por el camino, año tras año. Ellos, los libros, no desaparecían de mi horizonte, siempre estaban a mi lado, confortándome.

    En definitiva, que mis libros en castellano, inglés y francés, llenan mis estantes y que me muero sólo de pensar qué sería de mi sin libros.

    Un abrazo,

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